Le gustaba alejarse del resto de la manada, no se veía como los demás. Era lobo solitario.
Se quedaba en la manada porque así había sido toda su vida. Nació y creció entre otros lobos. Aprendió de ellos. Pero eso a él nunca le convenció. Era inteligente, probablemente de los más inteligentes de la manada. Por eso se quedaba, sabía que le convenía, por el momento al menos…
Esa noche vio algo inusual. Una posible presa que no huía de él, sino que parecía esperarle a una distancia poco prudente de la madriguera más cercana.
Al principio quedó extrañado, ningún un animal del bosque había plantado cara al joven lobo, y tras pensarlo unos segundos, cargó contra él como con cualquier otra presa. Sin una pizca de miedo en las venas.
Al llegar a ella se dio cuenta de la trampa, pero ya era tarde.
Una cuerda saltó de entre las hojas del suelo para atraparle la pierna.
Nuestro lobo solitario no acostumbraba a cazar por la noche, sabía que las sombras nunca resultaban buenas aliadas… Pero parecía una presa tan fácil…
Allí quedó. Colgando el lobo de una pierna en uno de tantos árboles. Aullando. Hasta quedarse sin voz.
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